lunes, 7 de mayo de 2018

El túnel

David llega tarde, o eso dice siempre. Tarde para el éxito en la música y tarde para ausentarse en el amor. Pudo subirse al carro del Xixón Sound, en los años noventa, pero él es un purista y aún lo llaman Rock. Quizá no tanto por su estilo, como le gustaría, ni mucho menos por su dureza, sino más bien por su carácter invariable: una mezcla de certeza y miedo que lo va erosionando día a día, año a año. David es parte pasiva de un fotograma de Gijón, repetido y encadenado, con dos palabras superpuestas sobre un cielo a veces limpio; una, «pretérito»; la otra, «nostalgia». Entre ellas, un espacio vacío.

Pero aun así, David protagoniza una comedia. Una comedia del drama, si se quiere; porque en ese entorno vencido que lo oprime o amamanta, hay mucho de sarcasmo autoinfligido; vías de escape en cada párrafo sobre una escritura ligera y limpia, liviana pero nunca simple, que va delimitando con precisión las esquinas de Olof, Ícaro, Ali...: personajes que trascienden la novela y, a su modo, atraviesan el túnel que David no supera.

El músico se enroca en los bares de Cimadevilla, en el paseo marítimo, en su hermana pequeña, y entre temas de Nick Cave, Nirvana, Tom Petty o Pearl Jam, descubre su wonderwall particular: una chica llamada Paula que amenaza con «salvarlo». Solo falta que David se atreva a irse, o que se quede varado como la gaviota gris de la que, presume, es su mejor canción: «It is the grey seagull / who does not dare to fly / only watches the waves / and cries of loneliness and grief».

'El túnel', de David Barreiro.
Pez de Plata (marzo de 2015).