viernes, 22 de diciembre de 2017

Miedo

El miedo infantil puede tomar forma de muñeco parlante, de criatura de otro mundo o de sombra creciente en un pasillo mal iluminado. Tiene mil formas y cada uno recuerda sus propias versiones con especial intensidad, ya que pueden acompañarte durante días o semanas, meses o años. Los primeros miedos pueden tener una base (el agua, la altura) o ser completamente irracionales (el fantasma que viene cuando pronuncias su nombre tres veces); pero, con los años, normalmente quedan atrás. Y los recuerdas entre risas, haciendo buena la definición de comedia que resulta de la suma de tragedia y cierto tiempo.

En el álbum infantil ilustrado Miedo (escrito por Milio'l del Nido y dibujado por Alberto Sastre), asistimos al relato en primera persona de un niño sin nombre, porque podríamos ser cualquiera de nosotros. El niño se enfrenta a dos miedos distintos. Uno con raíz en la tierra —el miedo a mudarse, junto al resto de la familia; a cambiar de casa y colegio, de ambiente y amigos; el temor, en definitiva, a ser aceptado de nuevo—; y otro de origen más bien irracional —ese sonido inesperado que te crispa los nervios y el lomo, que no parece nada, pero que se repite, y no se te ocurre otra cosa que ir a ver qué pasa...

Dice Milio'l del Nido que aun cuando «ya no eres niño», el miedo «sigue ahí, al acecho», que debes enfrentarte a él para poder seguir adelante. Y que quizá sea en ese momento cuando te alcance la mejor sensación de todo el proceso: un escalofrío, mezcla de temor y orgullo, que te invita a crecer y superar la etapa en que crees que todo puede solucionarse por arte de magia. Miedo te invita a sentir uno de esos escalofríos de la mano de un texto sugestivo y unas imágenes magníficas, que te recuerdan las noches en vela o aquellas pesadillas dentadas con final feliz: el momento en que despertabas y ya era de día.


'Miedo', de Milio'l del Nido y Alberto Sastre.
(Pintar-Pintar Editorial, 2016; edición original en asturiano).

jueves, 21 de diciembre de 2017

El lenguaje de las olas

Es difícil pasear por la librería sin detenerse en este álbum ilustrado, escrito por Magela Ronda y dibujado por Esther Gili —en ambos casos con detalle y delicadeza—. El lenguaje de las olas narra la historia de Cian y Olmo, dos personajes antagónicos cuyo carácter va variando como lo hace el estado de la mar. Unas veces, el mar se pica, otras parece desapacible, en ocasiones gobierna en él la calma que precede a la tormenta.

Con más poesía que prosa, y salpicada de realidad y fantasía, la historia de Cian y Olmo echa raíces en Cian niña, quien pasea distraída por la playa, cuando una ola perdida cubre sus pies por azar y, deteniéndose en el acto (olvidando «cadencia y tarea»), anuncia la existencia de la humana a través del océano. Así, Cian se convierte en una criatura marina y mágica que sobrevive a duras penas lejos de la costa. Ya adulta, vuelve a la orilla.

Allí la encuentra Olmo, terroso y dividido, en busca del estilo propio que le niega su violín, más preocupado, al inicio, por la técnica que por la emoción. Olmo toca de manera «impecable», pero se siente vacío; no termina de encontrarse mientras que Cian le abre su vida y su tienda de remedios, y le invita a quedarse dentro. Un relato, en definitiva, que habla de amor y hechizo y, sobre todo, de cómo enfrentarse al desamor y sus esquinas.


'El lenguaje de las olas', de Magela Ronda y Esther Gili.
Primera edición: 2017 (Astronave).

Muerte de la luz

Mientras llega Vientos de invierno, la esperada sexta parte de Canción de hielo y fuego, uno puede dedicarse a leer otros relatos de Martin, como quien ve las primeras películas de su actor o actriz fetiches: con una curiosidad y un respeto intensos. Muerte de la luz (1977) no es el primer relato del autor estadounidense, pero sí la primera de una serie de novelas de ciencia ficción donde Martin ya ensaya, con éxito, gran parte de los temas y maneras que luego le harían célebre.

En Muerte de la luz no hay dragones ni lobos huargo, no hay Stark o Lannister, pero sí bestias imaginarias de apariencia leonina o clanes de humanos aguerridos con un particular código de honor. Aquí Martin también esboza una mitología de la que —quizá en contra de lo que realmente le hubiese gustado— solo se ven detalles, ciertos mitos, líneas difusas que perfilan historias de raigambre profunda. Todo ello, sobre los relieves y bosques de un planeta errante, Worlorn, que agoniza bajo la ya débil luz de siete estrellas hermanas: una supergigante roja y «seis canicas de llama amarilla».

En este escenario, repleto de criaturas misteriosas y letales, Martin traza una historia de amor con grandes dosis de desamor. La relación entre los protagonistas, Dirk t'Larien y Gwen Delvano, solo sobrevive en su memoria. Es una canción que se abre paso en contra de sus propios deseos, como las retorcidas ramas de los árboles estranguladores, plantas de avaricia leñosa que pueblan el planeta Worlorn y que sobrevivirán tiempo después de la muerte de su mundo.

Una buena manera de descubrir a Martin más allá del hielo.


'Muerte de la luz', de George R. R. Martin.
(En la foto, la quinta edición de Gigamesh).