jueves, 21 de diciembre de 2017

Muerte de la luz

Mientras llega Vientos de invierno, la esperada sexta parte de Canción de hielo y fuego, uno puede dedicarse a leer otros relatos de Martin, como quien ve las primeras películas de su actor o actriz fetiches: con una curiosidad y un respeto intensos. Muerte de la luz (1977) no es el primer relato del autor estadounidense, pero sí la primera de una serie de novelas de ciencia ficción donde Martin ya ensaya, con éxito, gran parte de los temas y maneras que luego le harían célebre.

En Muerte de la luz no hay dragones ni lobos huargo, no hay Stark o Lannister, pero sí bestias imaginarias de apariencia leonina o clanes de humanos aguerridos con un particular código de honor. Aquí Martin también esboza una mitología de la que —quizá en contra de lo que realmente le hubiese gustado— solo se ven detalles, ciertos mitos, líneas difusas que perfilan historias de raigambre profunda. Todo ello, sobre los relieves y bosques de un planeta errante, Worlorn, que agoniza bajo la ya débil luz de siete estrellas hermanas: una supergigante roja y «seis canicas de llama amarilla».

En este escenario, repleto de criaturas misteriosas y letales, Martin traza una historia de amor con grandes dosis de desamor. La relación entre los protagonistas, Dirk t'Larien y Gwen Delvano, solo sobrevive en su memoria. Es una canción que se abre paso en contra de sus propios deseos, como las retorcidas ramas de los árboles estranguladores, plantas de avaricia leñosa que pueblan el planeta Worlorn y que sobrevivirán tiempo después de la muerte de su mundo.

Una buena manera de descubrir a Martin más allá del hielo.


'Muerte de la luz', de George R. R. Martin.
(En la foto, la quinta edición de Gigamesh).

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